3. Pablo Rey y Anna Callau, publicado el 4 de agosto de 2008

octubre 2, 2008

Todas las historias tienen un comienzo. En esta ocasión fue algo que pasó hace tres semanas, en Vilcabamba, sur de Ecuador. Ya era hora de buscar un sitio donde detenernos a vender libros y, ¿qué mejor que una Feria del Libro?

Buscando en internet descubrimos que del 4 al 13 de julio es la III Feria Internacional del Libro de Guayaquil, Ecuador. Nos presentamos en la puerta, le contamos nuestra historia a Marcela Holguín, jefa de Relaciones Públicas y Prensa, y a los pocos minutos ya teníamos una respuesta.

– Ustedes están locos. ¿8 años en la ruta?
Ya hace varios días que nos instalamos junto a la puerta de entrada (del lado de adentro), donde nos dedicamos a entusiasmar gente y obtener el odio de algunas madres que algún día serán abandonadas por sus hijos en busca del mundo. Aquí van algunas fotos. Saludos, estaremos por ahí
– ¿Sabes que soñé anoche? -me pregunta Anna en el autobús que nos lleva a la Feria del Libro. En realidad no era una pregunta, era una llamada de atención para que dejara de mirar por la ventana. -Soñé que venían los Reyes de España a visitarnos.

– (Risa aún dormida)
– En serio. Iban a visitar la Feria del Libro y se encontraban con una furgoneta con matrícula de Barcelona. La nuestra, la furgo. Y se acercaban con curiosidad. Yo les contaba la historia de la Vuelta al Mundo, claro, y les enseñaba el libro. No me acuerdo si les vendía el libro o no, si compraban cien, uno para cada uno de la comitiva que les acompañaba o sólo uno para tener en la mesilla de noche. No sé. Pero ahora que lo recordaba, pensaba que es algo que podría pasar en cualquier momento.
Un link al blog de Marce, que habla de nuestra participación en la III Feria Internacional del Libro de Guayaquil. Es bonito ver nuestra historia desde otro lado:

http://tejadosdezinc.blogspot.com/2008/07/pablo-y-anna-viajando-por-el-mundo-hace.html

Promesa: me corto el pelo
Ayer enviamos una carta al Teniente General Bohórquez, Comandante General de la Fuerza Aérea de Ecuador, solicitando dos plazas de cortesía en los vuelos logísticos que efectúan a las islas Galápagos. La FAE realiza una tarea humanitaria importantísima de apoyo a los colonos que viven en las islas, una de esas historias desconocidas con las que nos topamos en la ruta que vale la pena difundir. Y queremos escribir sobre ello. Pero la carta que le enviamos estaba incompleta.
Aquí, públicamente, ante todos los amigos de América, Europa, Africa y Asia que conocen mi aversión a las peluquerías, y además de los compromisos asumidos en la carta, me comprometo a ponerme en las manos del peluquero jefe de la Fuerza Aérea del Ecuador.

Hace 20 años que llevo el cabello largo. Si llegamos a las islas Galápagos gracias a la Fuerza Aérea del Ecuador, que su peluquero jefe haga conmigo lo que estime conveniente. Eso sí es una promesa.

2. La vuelta al mundo en diez años. Una furgo con olor a libertad, publicado el 18 de julio de 2008

octubre 2, 2008

El 20 de junio del año 2000, Anna Callau y Pablo Rey salieron de Barcelona, España, para intentar dar la vuelta al mundo en cuatro años. La idea era recorrer el mundo con la misma furgoneta y volver a casa. Algo debió ir muy mal, o muy bien, para que todavía sigan en la ruta. Parte de la culpa de ese retraso la tiene nuestro Perú, que recorrieron extensivamente durante ocho meses. Desde que partieron les ha pasado de todo, persecuciones de elefantes, asaltos con cuchillos, roturas de motor en medio de la nada y encuentros cercanos con gente que hablaba un idioma completamente desconocido. Editaron un libro, cruzaron el Océano Atlántico en un barco de pesca y compartieron el techo de haciendas y chozas con desconocidos de cuatro continentes. Estas son algunas de sus historias. Hay más, ocho años dan para mucho. Encuéntralas en http://www.viajeros4x4x4.wordpress.com / http://www.4x4x4continentes.com y aquí en VOL

¿Quién no soñó alguna vez con dar la vuelta al mundo? Dicho de otra manera ¿quién no deseó alguna vez comenzar una nueva vida, más cercana a los sueños y menos a la realidad?
Sentada a mi lado, Anna se revuelve escéptica. Después de nueve meses haciendo dibujos en el aire, no está segura que esto sea la ruta. Gira la cabeza y me mira. Luego se estira y observa los árboles que pasan por encima del parabrisas, mientras los olores de las rutas estrechas entran filosos por la ventana. Está inquieta, todavía es posible que sea otro sueño y que volvamos a despertar.

– Pellízcame.

Pero no, no es un sueño, duele. Nuestra nueva casa, una furgo Mitsubishi L-300 4×4 con el aura de las Volkswagen hippies de los años setenta, debe tener unos cinco metros cuadrados, suficientes para una familia de ratones. Un auténtico micropiso.

Otra vez nos mudamos, otra vez, murmuró mientras abandonamos Barcelona. Esta vez la mudanza es permanente, nuestra casa se mueve. Las ventanas cambian casi todos los días de paisaje. Hay un trastero en el techo, armarios en el dormitorio y el baño es tan grande como el campo. La biblioteca es una cesta detrás del asiento del copiloto, el agua surge de bidones de plástico de veinte litros y la cocina es una hornalla pequeña sobre una bombona de dos kilos y medio de butano.

– ¿La Vuelta al Mundo? ¿Cómo? ¿Con qué dinero? ¿Hacia dónde? ¿Cuándo? ¿Con qué te golpeaste la cabeza? -recuerdo con claridad la catarata de preguntas y el rostro confuso de Anna.
– ¿Por qué no? Juntamos los ahorros de los dos, alquilamos el apartamento para pagar la hipoteca, compramos una furgoneta usada pero en buen estado para vivir dentro y buscamos algo de trabajo para hacer por el camino. Sí, es una locura, pero será una locura por lo inusual, no por lo imposible.

A la media hora dijo que sí. Entonces ya le había contado mis descubrimientos frente a un mapa: que era posible cruzar el sur de Europa hasta Oriente Próximo y bajar África de norte a sur; que podríamos atravesar el Océano Atlántico hasta Sudamérica en un barco, llegar al último extremo de Alaska y volver a Barcelona a través de la autopista Siberia-Finisterre. La autopista no existía, pero eso no se lo dije.

Durante los nueve meses que siguieron cambiamos cuatro ventanas por planchas de aluminio, forjamos un buen parachoques de hierro y remachamos dos apliques de metal agujereado en cada puerta para cerrarlas con candados. Instalamos un panel solar para recargar las baterías y un tanque de combustible extra donde estaba la rueda de auxilio, que fue a parar al techo. Anna aprendió a cambiar filtros, aceites y frenos en un taller mecánico mientras yo hacía un aséptico curso de fotografía. No sabemos reparar un pinchazo pero esto parece suficiente.

Llevamos mapas que nos guían hacia el sur, pero son mapas basados en la fe. Todo lo que sabemos de África es que hay guerras, hambre y que los caminos son buenos, malos o no existen; que hay policías que coleccionan souvenirs y negros con taparrabos y trajes Armani; que hay palmeras, elefantes e historias de extranjeros desaparecidos para siempre; y hay tribus, desierto, malaria, Nilo, armas, pirámides y musulmanes fanáticos. Sabemos que nos van a robar. Sabemos que más de una vez vamos a salir perdiendo.

Pero viajar significa confiar, sobre todo cuando cada atardecer hay que encontrar un lugar donde aparcar nuestra casa para dormir: la calle, un estacionamiento, junto a una iglesia o una gasolinera, en la playa o entre unos arbustos. ¿Será seguro? ¿Los camioneros tocan su bocina para saludar o para que nos quitemos del medio? ¿Por qué ese tipo nos observa con tanta intensidad? ¿Por qué aquellos otros miran de reojo? El miedo es inevitable cuando das los primeros pasos hacia lugares desconocidos donde nadie te está esperando, donde no tienes reserva.

Hay miedo a que te roben, miedo a que te asalten, a que te disparen, a que nadie te dispare a ti pero que el disparo llegue hasta ti; miedo a desaparecer, miedo a la desilusión y al veneno en la sangre; miedo a no volver a tener un buen trabajo, a enfermar de malaria, a no ser comprendido; a los policías que se inventan cargos en tu contra, a los fanáticos religiosos, a los accidentes y a chocar con un camión de Coca Cola en algún rincón perdido de África. De todas las muertes posibles, esa sería la más estúpida.

—-
En una sucesión de postales conocidas, Francia y Suiza quedan atrás. Entramos a Italia por el Paso del Gran San Bernardo y seguimos hacia Venecia. Dudamos en atravesar los Balcanes, es demasiado pronto para meternos en problemas. Bajamos por Italia y cruzamos en ferry desde Brindisi a Patras, Grecia… En Atenas sufrimos el primer robo del viaje y huimos hacia Turquía, hacia adelante. El paisaje de bosques originales cambia a árboles frutales, a matorrales y a un erial resquebrajado. Hasta ahora, casi nada de lo recorrido es muy distinto a España. Quizá solo Venecia inundada, el caos inigualable de Nápoles o Meteora, con sus monasterios ortodoxos construidos en la cima de enormes rocas vertiginosas, sean algo nuevo. En Tracia aparecen los primeros alminares y cementerios musulmanes y el viaje comienza a cobrar sentido.

El puente sobre el río Maritza, última frontera de Europa, está ocupado por una fila de vehículos que se dirigen a Estambul. Es agosto, el cielo brilla con la fuerza de varios soles y las moscas se acercan para entretenerse con nosotros. No hay árboles, no hay viento, no hay sombras que sirvan de refugio. Tampoco hay aire. Los sellos dicen que nos fuimos de Grecia pero tampoco estamos en Turquía. Estamos en el limbo, en tierra de nadie.

Apago el motor, desciendo de la furgoneta y comienzo a caminar. Atrás quedan automóviles alemanes y franceses ocupados por mujeres cubiertas que aguantan el calor en silencio. Auténticas murallas de camiones con pegatinas que anuncian TR, la sigla internacional de Turquía en la ruta, fabrican sombra para hombres que fuman y juegan a las cartas acostados sobre el asfalto. No es una buena señal. Hablan con calma, como si conocieran el ritual de cruzar la frontera entre dos países que siguen la tradición de declararse la guerra cada cincuenta años.

Al inicio de la fila un hombre termina de hablar con el guardia fronterizo, de casco reglamentario y bayoneta calada.
– Mmm… No entender problema. No haber problema -razona el turco-alemán en inglés, desorientado en tierra de nadie.

– Entonces, ¿por qué está cerrada la frontera?
– Bueno, sí, problema, quizás, no sé. Aduana griega, muy lenta. Entonces, atasco con muchos vehículos en Turquía. Entonces, Turquía cerrar frontera hasta vehículos llegar a Grecia. Entonces, atasco en Grecia. Entonces, griegos trabajar más rápido.
Es una lógica extraña, tan nueva como el mundo en el que estamos entrando. Somos la piedrita en el zapato, la chincheta en el asiento, el dardo envenenado entre vecinos que discuten por el volumen de la televisión. Ojo por ojo, diente por diente y atasco por atasco. Comienza la vuelta al mundo.

Despieces
Compartir un viaje las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana, cada mes, puede conducirte al asesinato. El sismo que se produce al afrontar la falta de espacios propios, de amigos confesores y del bar de la esquina es tan intenso que no hay más alternativa que hablar de todo. Pero hablar no es lo mismo que ponerse de acuerdo, por eso comenzamos a insultarnos.

Fue natural, combustión espontánea en una tarde turbulenta. Las recriminaciones sobre alguna estupidez habían subido de tono y ninguno cedía terreno. Aún marcábamos el territorio como dos perros meando una rueda nueva.

Al principio nos lanzamos insultos rabiosos, pero cuando empezamos a improvisar, olvidamos las diferencias y comenzamos a reír. Cerebro de mosquito, accidente de una borrachera, aborto malogrado, espantapájaros, rata de restaurante chino, ano ortopédico, sarna con piernas, orinal viejo, diarrea de sapo… La sangre desahogada nos deja mansos para hablar sobre las causas del auténtico problema. Es la terapia para sobrevivir en la ruta a un reality inesperado: la convivencia con nosotros mismos.

Este es el inicio de una aventura que seguiremos cada mes en En Ruta: la Vuelta al Mundo en una furgoneta. Pablo y Anna llevan casi ocho años dando tumbos por algunas de las peores rutas del mundo. Se les rompió el motor en el medio del desierto del Sahara en Sudán, los persiguieron dos hombres armados sobre una moto en Etiopía y tres elefantes en Zimbawe. Los asaltaron, tuvieron que hacer 850 kilómetros para encontrar un mecánico en Kenia, atravesaron el Océano Atlántico en un barco de Pescanova y se les congeló el motor en el Altiplano boliviano. Recorrieron la ruta Transamazónica en Brasil, el Van Zyl’s Pass en Namibia, rodearon el lago Victoria y se metieron en más problemas de los que imaginaban. Aprendieron algo de árabe, algo de mecánica y, lo más importante, sobrevivieron.

Esta es la historia de un viaje que se transformó en la vida y de una furgoneta que se convirtió en una casa.

1. De locos…la vuelta al mundo en diez años

octubre 2, 2008

Hace ya ocho años, Pablo y Anna se treparon a su furgoneta y emprendieron camino por el mundo. Se propusieron dar la vuelta a la Tierra en cuatro años, pero la belleza del paisaje, culturas o personas, cada cosa pequeña, cada detalle tal vez para nosotros insignificante, los retenían más de lo previsto. Así, pasaron los últimos ocho meses en nuestro país. Cajamarca y Amazonas fueron sus ciudades de despedida y los dejaron con las ganas de volver siempre. Esta es la primera entrega de su bitácora de viaje. Disfrútenla…

El 20 de junio del año 2000, Anna Callau y Pablo Rey salieron de Barcelona, España, para intentar dar la vuelta al mundo en cuatro años. La idea era recorrer el mundo con la misma furgoneta y volver a casa. Algo debió ir muy mal, o muy bien, para que todavía sigan en la ruta. Parte de la culpa de ese retraso la tiene nuestro Perú, que recorrieron extensivamente durante ocho meses.

Desde que partieron les ha pasado de todo, persecuciones de elefantes, asaltos con cuchillos, roturas de motor en medio de la nada y encuentros cercanos con gente que hablaba un idioma completamente desconocido. Editaron un libro, cruzaron el Océano Atlántico en un barco de pesca y compartieron el techo de haciendas y chozas con desconocidos de cuatro continentes.

Estas son algunas de sus historias. Hay más, ocho años dan para mucho. Encuéntralas en http://www.viajeros4x4x4.wordpress.com y en http://www.4x4x4continentes.com